lunes, 3 de junio de 2013

Quebrada Negrito

…¡Pomas del bien y rosas de mi canto!
¡Bendecid a las áureas pomarrosas,
que en las orillas de los viejos ríos
se elevan escondidas y amorosas!
¡Amad los desvaríos
del alma triste que, en los versos míos,
saca los frutos del abismo en rosas!


José de Diego - Pomarrosas


     Desde la más alta hoja a la raíz, todo el panorama se pintaba de un verde tan vivo que los lagartijos se mezclaban entre las ramas y el musgo. En la copa de un árbol, adornándose de los primeros minutos de un amanecer y las remanentes gotas que se chorreaban del último chubasco, el pitido de varios hambrientos polluelos y el cacareo de la madre pájara boba alimentándolos fue mi bienvenida a un nuevo día. Al parecer toda la naturaleza conspira para ofrecernos todo lo que tiene, desnudándose de frente para enseñarnos toda su hermosura. Eso pensé mientras me movía lentamente en mi hamaca y el sol tímidamente escurría sus rayos por el denso follaje. Es aquí en esta tranquilidad donde puedo repasar las vivencias del día anterior.

ADAPRI - SEPRI
     Era sábado dieciocho de mayo de dos mil trece. El sol salió temprano a eso de las seis menos diez y de nubes, ¿qué nubes? La hora de encuentro era a las siete y treinta en un Walgreens ubicado al lado oeste de los Outlets de Barceloneta. Acostumbro a ser un poco precavido así que llegue casi una hora antes al lugar. Desayuno y reviso mi mochila mientras los compañeros van llegando. Éramos dieciocho en total, un junte entre la Asociación de Acampadores y la Sociedad Espeleológica, ambas de Puerto Rico. El propósito acampar cerca de un manantial llamado Quebrada Negrito y visitar Cueva Apache en el barrio Hato Viejo del pueblo de Ciales.  Lo primero que Carlos García me dice es “Este hombre va liviano”, pues nos esperaba una buena caminata y no pensaba cargar mucho conmigo. Luego me percate que lo ganado en ligereza lo perdí en abrigo. A las mismas ocho sonó el silbato de salida. Nos fuimos en caravana hasta la casa de un señor llamado Pipo, quien le dio albergue a la mayoría de los vehículos y abrió el portón que da acceso a la fantasmal carretera PR-631. Además de quienes ya tenían confianza se llevaron el premio de un buen café. La carretera, estaba abandonada hace mucho tiempo, pues ya la naturaleza estaba recobrando el espacio asfaltado.  Pasando por ella se pueden apreciar varios mogotes gigantes en la lejanía luego del espeso bosque. Transitamos unos diez minutos en vehículo hasta donde nos estacionamos a la orilla de la fantasmal PR-631.

Pomarrosa
     Brincamos la valla para adentrarnos en el espeso bosque. Caminamos en dirección sur siguiendo las marcas y la memoria de Carlos García y Yessenia quienes tomaron la delantera. Del camino puedo decir que es bastante accidentado, está lleno de piedras sueltas, es resbaloso y si te distraes mucho puedes ser inesperadamente saludado por una planta llamada Ortiga. Para esta época los arboles de Pomarrosa están floreciendo, es una maravilla cuando pasas por debajo de estos gigantes quienes a su alrededor tienen una alfombra rosa. Pasado el cruce de los plátanos comenzaba la gran odisea de trepar como cabras monte arriba con la mochila en la espalda. El camino se hacía más estrecho cada vez forzándonos a cuidar nuestras pisadas. Luego de algunas paradas y kilómetro y medio adentro, llegamos al cruce o curva de los Marreros, preámbulo del llano entre varios mogotes que conocemos por nombre Quebrada Negrito. Cada cual escogió su nido, almorzamos, recargamos agua y a emprender el viaje a Cueva Apache.
Pomarrosa

     Con el campamento ya establecido y esta vez mucho más ligeros emprendimos el viaje a Cueva Apache saliendo de Quebrada Negrito por el lado izquierdo más próximo al manantial. La distancia era más o menos la misma que hay desde donde dejamos los vehículos hasta el campamento, con la diferencia que era un poco más fácil el camino. La cueva es pequeña al igual que la población de murciélagos, hay varios petroglifos cerca de la entrada y se puede notar el buen estado en que se encuentra pues agraciadamente no hay signos de vandalismo. Entramos en grupos pequeños de cinco a seis personas ya que aunque la cueva cuenta con 3 salones, sus pasillos para llegar a ellos son bastante estrechos al extremo de arrastrarse y quitarse la mochila para poder pasar. El primer grupo entró y yo estuve entre los desafortunados desesperados que nos quedamos compartiendo anécdotas o simplemente echando una siesta en el suelo. Pasaron diez minutos y ya había encontrado la mayoría de los petroglifos. A los veinte minutos ya estábamos tirados en el suelo. Paso media hora y estábamos alucinando, viendo cosas en cada esquina. La gallina de Carlos García quien afirmaba haber visto en la pared que llevábamos mirando bastante rato. O como otro de los compañeros también llamado Carlos que vio la cabeza de un elefante en una estalactita. Bueno nos tocó el turno, al entrar se ven muchos bloques de colapso por todo el suelo. Yessenia nos guio hasta el salón más grande el cual se aceza arrastrándose como culebras hasta escuchar la voz de un compañero - “Welcome”. Era Ronald Richards quien todos conocemos como Ron, se había quedado en el salón grande para tomar muestras de temperatura. Entraron varios compañeros y Yessenia se apareció con su cámara para hacer una de sus secciones fotográficas, capturando nuestra alegría en cuatro fotografías seguidas.  Luego pasamos a un segundo salón no tan grande como el primero, donde apagamos las luces para apreciar en silencio la obscuridad absoluta. Con los ojos abiertos o cerrados era lo mismo, un negro tan obscuro y tan profundo que tu celebro desactiva totalmente tu visión y le da prioridad a otros sentidos. Escuchas el entrar y salir del aire por los pulmones. Sientes el aire que provocan los aleteos de los murciélagos como si fueran grandes ventarrones y una pacifica sensación  te recorre todo el cuerpo. Pero se encienden las luces y rompen con el encanto mágico, al menos se vuelve uno más sereno, como estar sedado. Al volver, me percato que hay otro salón más pequeño cerca de la entrada. Este da acceso  a una pequeña zanja bastante profunda la cual seguramente solo puede ser visitada mediante el uso de sogas y técnicas verticales.     

Cueva Apache
     Bueno regresamos al campamento y a los pocos minutos nos cayo de la nada un aguacero repentino. Luego vino el baño de gato y ya un poco refrescados a comer. Mi cena constaba de una lata de Espaguetis Chef Boyardee y dos lascas de Pan Pepín. De no haber sido por la generosa bondad de nuestra Presidenta Yessenia, me los habría comido fríos, pero es tan grandísima su misericordia que me dono quince minutos de su pequeña estufa. Así que empiezo a comérmelos y digo en mi mente – “Esto se quedo frio”, el segundo bocado lo tomo del fondo de la lata, me vuelvo a decir en la mente – “por estar quejándote, te quemaste”. Reposamos un rato y ya el sol estaba por ponerse. Comenzamos a jugar el juego de la mímica, donde teníamos una bolsa con papelitos dentro, la persona que iba hacer la mímica toma un papelito y lo que este escrito tiene que utilizar sus gestos, muecas, de todo menos hablar para que el resto de las personas intenten descifrar lo que contenía el papelito. Vimos un desfile de nombres de películas, personajes de Disney y el indescifrable Justin Beaver. En eso estuvimos buen rato cuando ya se comenzaban a escuchar varios grillos. Continuamos con la mímica hasta que dos o tres minutos antes de ponerse totalmente el sol se escucho una explosión de grillos que duro como un minuto. Pasaron cinco minutos más y otra explosión de un minuto. Era la alerta que nos daba la naturaleza para avisarnos que la noche estaba ya a vuelta de la esquina. Seguimos con las mímicas y riéndonos de las monerías, cuando de pronto en la lejanía de los arboles obscuros y sombríos se nota una pequeña luz azul flotando por el aire. Nos miramos unos a los otros y nos dijimos algo así como “qué bonito”, seguimos con las mímicas varios minutos más. Se aparecieron dos o tres lucecitas más y decidimos apagar todas las luces para admirarlas mejor. Al hacer esto, descubrimos el tesoro mas grande, era tanta la belleza de aquella noche adornada con una inmensa manada de cucubanos que parecía que del cielo se habían caído todas las estrellas. Y pasaban tan cerca que se podían tocar, incluso se paraban encima de nosotros. Era tanta la hermosura que entro por mis ojos esa noche, que seguramente se me quedara grabada para el resto de vida. Bueno acabado el espectáculo, otra explosión pero no de grillos, si no de mamíferos  desesperados aclamando por – “Chocolate, Chocolate!”.     
     
Petroglífo - Cueva Balcones
     Bueno nos sentamos todos alrededor de la cacerola que nos mantenía embriagados en vapores chocolatosos. Luego vinieron los chistes, mientras otros se encuevaban temprano. Llegaron las cartas briscas donde la campeona Yessy se llevo la mayoría de las victorias y en las miradas de los contrincantes ya se comenzaba a notar la riña. Luego el maldito juego interminable de cartas UNO. La mayoría de los jugadores enfurecidos por las gestas de sus contrincantes y más por que la campeona Yessy sale en primer lugar. Yo ni celebrando ni enfurecido, solo me dije – “que bien, ya esto pronto se acaba”. La batalla del segundo lugar duro bastante, los que quedábamos David, Carlitos, Jean, Mylivette y este servidor, luchamos a muerte agrediéndonos constantemente con los “Draw 2” y ”Draw 4”. Jean fue el que más veces estuvo a punto de alcanzar ese segundo lugar o como él llama “honroso segundo lugar”, quien al fin y al cabo, según me cuentan, termino en último lugar. Logre ganar la segunda posición, pero más que eso gane mi pasaje a la hamaca. Allí  quede tirao, mirando las copas de los arboles que eran sombras negras ante el profundo cielo vestido de un poco de luna. Y en el meneo sereno de la hamaca me fui hiendo al mundo de los sueños. Hasta que el grito agudo de Yessenia me trajo de un brinco al mundo real. –“Yessy, ¿estás bien?”  pregunte asorao. Al parecer los días de la hamaca de nuestra compañera la Presidenta llegaron a su fin, pues en medio de la noche en plena dormitación, se raja por la misma mitad cayendo su contenido como guanábana al suelo. Luego del escándalo, y ya casi yéndome al otro mundo, comienza a cobrar la ligereza de mi mochila sus cuentas. Entra a la noche un frio de esos que dicen, pelus. Me metí lo mas que pude en mi bolsa de dormir, y nuevamente el meneo sereno de la hamaca, las copas de los arboles que eran sombras negras ante el profundo cielo vestido de un poco de luna y para el otro mundo.
     
Cueva Balcones
     Domingo diecinueve de mayo de dos mil trece, a la verdad que cuando los dedos a uno se le llenan de ese sentimiento nostálgico de empacar, se hace más difícil desatar los nudos, la cremallera de la mochila se atasca y esta se siente como si pesara el doble. Bueno al terminar el desayuno ya estaba listo, cuando en esas llega el compañero Anthony Castro acompañado de una señora y dos perros que no se estuvieron quietos ni un segundo, chunky y pepe. Al rato suena el grito de la salida, -“cinco minutos”. Que a mí me pareció como media hora,  y así empezamos el buen viaje de regreso, ese comenzar en la memoria donde en cada pisada se va escribiendo el recuerdo, más que felices, llenos de estos momentos para toda una vida, y uno que otro compañero vacío por la pérdida de sus suelas.

Cueva Balcones
     Pero aquí no acaba este relato, al llegar a los vehículos tomamos un buen aire y a seguir la fantasmal carretera PR-631 hasta su final. Allí tomamos una bien marcada vereda que nos llevaría hasta Cueva Balcones. Luego de unos veinticinco minutos caminando llegamos a la mencionada cueva. La misma en su entrada se pinta del mismo verde vivo de bosque y se va desvaneciendo poco a poco mientras más adentro se está. Luego se transforma todo en blanco, por donde quiera formaciones espectaculares de estalactitas y uno que otro murciélago. Un Dugong prehistórico, o más bien lo que queda de él, solo se llega a ver uno o dos huesos incrustados en la pared. La cueva es bastante amplia, larga, y fácil de recorrer.  Nuevamente el regreso, sentado en el cajón de la pick-up, transitando por la fantasmal carretera PR-631, los mogotes lejanos me saludaban como diciendo hasta luego. Y ya en casa de Pipo, exhaustos, disfrutamos de un buenísimo café que nos trajo de vuelta a la vida.


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