lunes, 25 de julio de 2011

Escarmiento Revelador

     Erase que era, o mejor dicho que fue, vigésima quinta salida del sol partiendo del séptimo mes a mil novecientos setenta y ocho años de que las cruces pasaron de ser causantes de terror a ser la salvación de muchos. Por estos días de pugnas estatutarias que nos ciegan y alejan de toda realidad. Pugna que nos llena de ignorancia histórica, pues nos centramos en como derrotarnos a nosotros mismos y lo único que sabemos de ayer es que la Comay esta criticando a Maripily, o si le rodea un complejo gringal, vemos las balbuceaciones anglosajonas sin entender que dicen los personajes de “Grace Anatomy”, al menos nos reímos cuando de repente se escucha un audio con voces fantasmales riéndose de fondo.

     No era día cualquiera, feriado para el archipiélago desta buen tierra para ser más exacto. Celebración para algunos, que desde mil novecientos cincuenta y dos, para algunos culmino la era colonial con el ejercimiento de la ley 600 y el establecimiento del Estado Libre Asociado de Puerto Rico. No sé por qué celebraban ni aun celebran, ya que ni el mismo Luis Muñoz Marín se sintió satisfecho y un año más tarde se encamino hacia el congreso para tratar de cambiar las cosas. Para los asimilistas, era el día perfecto para llevar un mensaje, y se conglomeraban multitudinariamente para hacerle contraataque a sus rivales estadolibristas. Y para un sector independentista, la Liga Socialista encabezados por Juan Antonio Corretjer, era otro año más en el cual se encaminarían a las playas de Guanica, donde repudiarían la invasión de la cual gozamos a plenitud hoy en día.

     Pasado un poco las doce del mediodía, Carlos Romero Barcelo gobernador de Puerto Rico, mientras se dirigía a la multitud asimilista se entero e informo a los asistentes de la frustración de un ataque terrorista en las torres de comunicación en Toro Negro, llamando a los policías participantes como héroes.

     Tres de julio de mil novecientos setenta y ocho, veinte y dos días antes del que hacen referencia los hechos, Pablo Marcano y Nydia Cuevas toman como rehén al cónsul chileno Ramón González Ruiz. Demandaron la excarcelación de los presos políticos que cometieron el ataque al congreso estadounidense de mil novecientos cincuenta y cuatro y a los del intento de asesinato al presidente Harry S. Truman en mil novecientos cincuenta. También que se cancelara la parada del cuatro de julio. Todo termino en nada y estos cumplieron sus condenas de seis años. Este hecho fue suficiente para motivar a los jóvenes Arnaldo Darío Rosado, Carlos Soto Arriví, Ramón Rosado Ríos, Erich Rodríguez García y Alejandro González Malave a que se tenía que hacer algo. Todos quedaron de acuerdo en que asaltarían la Guardia Universitaria de la Universidad de Puerto Rico en Rio Piedras. Alejandro proveyó su Volkswagen rojo del setenta y uno y hacia haya se encaminaron. Amenazaron a los guardias y robaron un radio por el cual gritaron “Viva Puerto Rico libre”. Así nació el MRA (Movimiento Revolucionario Armado) y la idea de Alejandro de que el vente y cinco se tenía que hacer algo.

     La noche antes del vente y cinco, Arnaldo, Carlos y Alejandro concordaron en que irían al cerro maravilla a sabotear unas torres de comunicaciones. Todos fueron a dormir menos Alejandro González Malave quien realizaría una llamada desde un teléfono público. Al día siguiente tomaron un carro publico que los llevaría hasta Ponce, un Ford Granada azul claro los seguiría.

     Para Julio Ortiz Molina chofer de carros públicos de cincuenta y ocho años, no era un día común, pues mientras la mayoría de sus compueblanos disfrutaban del día feriado, el se ganaba su pan como chofer de carros públicos en Ponce. A eso de las diez y treinta de la mañana salió a dar una vuelta cuando por eso cerca del Departamento de Servicios Sociales tres jóvenes le hacen señas para que los recogiera. “Parecían niños escuchas” relataría luego el viejo. Este fue secuestrado, González Malave tomaría el volante pues sabía muy bien hacia donde se dirigía, mientras el mismo Ford Granada azul claro los seguiría. Más tarde en la cima, se desataría el infierno que culminaría con la muerte de Arnaldo Darío Rosado y Carlos Soto Arriví.

     Para las investigaciones del departamento de justicia de Puerto Rico, ni para dos investigaciones de nuestros amigos federales, nunca hubo una explicación o mejor dicho nunca mencionaron una fuerte aseveración que sostuviera la fuente del porvenir de los moretones en los cuerpos de Carlos y Arnaldo. Tampoco el porqué la trayectoria de los perdigones que destrozaron el pecho de Arnaldo viajaba en forma descendente, cuando los policías tomaron una posición defensiva acostándose en el piso según decían sus declaraciones, de ser así los perdigones viajarían de forma ascendente. A esto le sumamos la destrucción de evidencia de parte del secretario de justicia, el hecho que hubo dos ráfagas de disparos según testigos y el mismo don Julio. A González Malave como agente encubierto incitador dentro de todo este marco y quien sabe que mas. Y la mención de frases como “No podemos permitir que Puerto Rico  se convierta en otra Irlanda del Norte. Hay que darle un escarmiento a esa gente” provenientes de las reuniones que se llevaban a cabo en las altas cúpulas del gobierno.

    Ahora me gustaría compartir estas palabras salidas de una sección del libro  “Dos Linchamiento en el Cerro Maravilla” de Manuel “Many” Suarez, titulado “Ahora dame un tiro en la cabeza”:

     Sus ojos mostraban el terror que sentía. Estaba de rodillas, tenía las manos esposadas a la espalda mientras él y su amigo más joven permanecían rodeados de policías armados, todos en ropa civil. Sus aprehensores los acometían con las culatas de los rifles, mientras los golpeaban, escupían y se mofaban de ellos.
     Rogo por su vida, y empezó a ofrecerles sus servicios como agente encubierto de la policía si lo dejaban ir. Se ofreció espiar líderes radicales, defensores de la independencia. Podía ser de gran utilidad para la policía.
     Sus ruegos enfurecieron a un agente que llevaba puesta una fatiga estilo militar y un chaleco antibalas. Este lo golpeo en la cara. Otro agente le dio un golpe al lado derecho de la boca con su escopeta con tanta fuerza, que se partió la culata. La herida lo dejo tan atontado que no podía hablar.
Un agente de rostro lampiño se paro detrás de él y le quito las esposas. Antes de alejarse, le dijo a los policías:”Ustedes saben cuáles son las ordenes”.
     Los policías retrocedieron y formaron un semicírculo alrededor de ambos jóvenes, que estaban de rodillas:”Maten a ese hijo de la gran puta… maten a ese cabrón comunista”, gritaban los policías.
Un policía delgado apunto con una escopeta recortada a uno de los jóvenes, apretó el gatillo y se oyó un simple retumbar a través de las cimas de las montañas circundantes. La sangre salió a chorros del pecho del joven mientras caía de frente.
     Dos policías le daban palmaditas en la espalda al asesino y les estrechaban con entusiasmo la mano. “Ya eres de los nuestros”, dijo uno de los agentes. “Toma, dispárale al otro”, dijo el segundo policía mientras colocaba un magnum .357 en manos del asesino.
     El otro joven sabía que era su turno. Sus ojos se llenaron de terror, de suplica. Su suplica ardió en los ojos del delgado policía que sostenía la magnum.
     La suplica callada le llego al policía: sacudió la cabeza, como negándose y bajo el arma.
     “Mátalo, mata a ese comunista… mata a ese hijo de la gran puta”, gritaban algunos de los demás policías.
     “¿A quién hay que matar?”, pregunto un agente bravucón. El policía tomo la magnum de manos del agente delgado, la apunto hacia las piernas del joven y disparo. La pierna derecha del joven se retorció grotescamente bajo el, colapso en posición acurrucada y su rodilla izquierda se levanto mientras el arma se disparaba de nuevo. La bala alcanzo la rotula y continuo a través de la parte superior de la pierna.
El rostro del joven –un rostro suave aun no acostumbrado a una navaja de afeitar- se retorció de agonía. Estaba en una posición inusual, con la pierna derecha doblada debajo suyo, bajo la cadera, como una muñeca de trapo con la pierna doblada hacia el lado opuesto.
     “Mátalo, mátalo”, grito otro de los policías, pero el hombre que sostenía el arma de fuego no hizo nada.
“Solo me heriste”, dijo el joven, mientras tocaba su frente con el dedo índice derecho. “Si me vas a matar, dame un tiro en la cabeza, pa` no sufrir”.
     Un policía le quito la magnum al otro, apunto al pecho del joven y disparo. Este cayó hacia atrás, se retorció de dolor y quedo inmóvil.
     “Hasta el día de mi muerte”, dijo el policía que mato al primer joven, “recordare sus ojos clavados en los míos”

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