miércoles, 27 de abril de 2011

Furia Marina en Días Santos

                Erase jueves, y no un jueves común, si no que mas que jueves, era santo. Cuarto día de la semana sagrada para los que se encierran en ese mundo de pocas posibilidades y pensamientos enfocados en dogmas referentes al bien y al mal. Perdonen, pero no soy participe ni quien para definir estas fronteras. Tampoco esto es  otro dogma sagrado ni un ideal abanderado, al menos no es mi meta. Si no, lo que mis ojos  perciben y a la luz de un parpadeo registro. Una vez registrado, se procesa y filtra a base de escasez de mentalidad social, pues así se elimina cualquier posibilidad de corromper el pensamiento limpio y fresco.
                Con este pensamiento en mente, y la paranoia persistente de ser perseguido por la santa inquisición, paso las noches a la intemperie, en la blanda arena obscura por que se le hace difícil reflejar tan poca luz proveniente de la luna y estrellas.  Pero el mar si lograba capturar un poco de esa luz, y la presentaba como destello momentáneo que se pierde en la noche. Ahora entiendo como las palmas soportan el sol achicharrante y el viento tormentoso del Caribe, pues cae la noche y la pesadumbre se vuelve cosa del pasado, algo insignificante ante tanta hermosura.
                Camine por senderos sofocantes, pues la arboleda era un poco espesa y con fluctuaciones pantanales. Al final se podía ver el mar en todo su esplendor, las olas rompían en los arrecifes para dar un paso suavizado a la orilla. Ala izquierda, se extendía el abrazo del mar con la arena hasta el punto que se dañaba el panorama con pisos interpuestos de concreto. Y a la derecha, allí estaba, lo que rápidamente fije como meta. Una colina que se alzaba en medio de todo este mundo. Frondosa en su tope y rocosa en sus pies.
                Comencé la travesía con canciones de Cabral en mente, tenue distracción al sol rampante. Perdóname señor, pero yo me iré contigo, por tus montañas, tus mareas y tus ríos. Así decía mientras la arena lijaba mis pies, el sol hacia de si todo lo que pudiera alcanzar y el viento me saludaba, dándome un leve abrazo como si nos conociéramos de antes. Una pequeña inclinación requirieron de una leve escalada, varios tropezones y el principio de unos senderos estrechos marcados por arbustos secos en sus bases y llenos de espinas que se hacían sentir al dar cada paso. Insinuaban ser verdes en sus bajos topes, pero me hacían decir que sufrían la sequedad del clima y el embate de Ra.
                Al fin, un pequeño llano en el tope de la colina que mas bien no era un fin, sino la catapulta que lanzo mis ojos al horizonte. Allí me quede sentado por un largo periodo, al menos así lo concibió mi consciencia. Aquí sí, las olas chocaban con toda su furia contra la base rocosa de aquel altar de hombres faltos de sociedad pero llenos de conciencia. Así  sentí que estamos faltos del mismo creador, pues nos sumimos a mundos mediocres donde la vida se vuelve un valor tangible con base monetaria. Quizás eso necesitamos, un fuerte empujón de una ola que nos despierte de este sueño irreal y recobrar el sentido que somos parte de esta naturaleza que no es más que la misma ley del creador.
                

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